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viernes, 24 de enero de 2014

Primer capítulo de "Déjame quererte"

Frente al espejo Sol se miró con satisfacción. No era una
top model, más bien una chica normal, del montón, pero
era agradable a la vista. Le gustó la imagen proyectada en
el espejo y decidió dejarse tal cual estaba.
Una fina capa de maquillaje en nude taparía las imperfecciones
de su rostro y un poco de liner haría que sus ojos
verdes resaltaran. Llevaba el pelo hasta los hombros, así
que se limitó a despeinarlo para darle un toque más desenfadado
a su look. Cogió su bolso y salió pitando, llegaba
tarde y hoy era la excursión al circo.

Los niños estaban inquietos en la puerta del circo, tratando
de adivinar que animales se encontrarían.
El circo WonderLand era el mejor que llegaba a la ciudad,
contaba con artistas de diversas nacionalidades y, sin duda,
lo más curioso era que allí cada uno de ellos hacía de todo.
–Silencio peques, que ya va a comenzar.
Tomó asiento, dispuesta a ver lo que los pequeños le
permitieran.
Salió tan maravillada y extasiada que sacó dos entradas
en primera fila para el día siguiente. Quería volver a verlo
y disfrutarlo en compañía de su amigo.
Cada año intentaban renovarse, conservar los mismos
artistas pero que el espectáculo fuese diferente e innovador.
Aquellos artistas circenses disfrutaban con las sonrisas
de los niños y con las bocas abiertas de los progenito-res.
Los aplausos eran un aliciente, y es que, una vez los
recibes, se hace difícil prescindir de ellos.
El día anterior lo habían dedicado por entero a los escolares.
Autobuses repletos de sonrisas y fantasías venían
de todas partes de la ciudad para ver el circo, que llegaba
por Navidad.
–Compra tú las palomitas, yo no me puedo mover del
congelamiento que tengo –le dijo a su amigo, fingiendo
haberse quedado pegaba al suelo. Este refunfuñó, pero al
final fue en busca de las palomitas y de un buen café caliente
para su estática amiga.
– ¡Joder, parece que no conocen la calefacción!
–Se ve que, como hay nórdicos, esto les parecerá el Caribe.
–Pues que me tiren un nórdico pacá –ordenó Carlos–.
Al menos ya nos dejan entrar.
Cuando se sentaron en sus asientos de primera fila, Sol
lucía una sonrisa de oreja a oreja. Y observaba entusiasmada
–Pareces una de tus alumnas. Menuda cara de pelotuda
tienes –y rió hasta que le dolió la barriga.
–Anda, cállate que ahora falta que tampoco tú me dejes
ver la función.
Atónita, disfrutó de los trapecistas; el domador de leones,
los camellos y… su mente se nubló en cuanto aquel
ruso entró a escena con su tela mágica simulando alas de
ángel. Sol apenas podía apartar la mirada de aquel rubio de
tez blanca como la nieve.
–Cierra la boca o te va a entrar un león más que una
mosca, nena –le susurró Carlos. Ella ni se inmutó, apenas
oyó el murmullo de la gente.
– ¿Has visto el mismo ángel que yo? –preguntó casi jadeando.
–No bonita, lo que he visto es que le remirabas el paquete
y abrías la boca como a punto de comerte una res.
Sol lo dejó hablando solo y aprovechó el intermedio
para ir en busca de otro café, aunque si hubiesen tenido
Vodka se lo habría bebido con mucho gusto. Todavía sentía
la electricidad por el cuerpo, las piernas parecían que le
temblaban y estaba dudando de si vio lo que vio o es que
su mente había volado demasiado.
Se tomó el café casi de un trago y corrió a refugiarse en
la carpa, el frío volvía a la comodidad de su cuerpo.
–Mierda de clima–maldijo para sí misma.
El locutor de voz grave se despidió de los visitantes y
el espectáculo se detuvo, pero, a decir verdad, Sol apenas
se enteró de lo que pasó en la segunda mitad. No podía
pensar en otra cosa que en el ángel de las telas.
Sol buscaba en su inmenso bolso los malditos guantes
mientras tiritaba de frío. Tarea ardua por su enorme tamaño,
en el que además se empeñaba en meter de todo: pañuelos,
pintalabios, monedero, llaves, toallitas íntimas, un
libro, libreta, bolígrafo, chicles, una linterna y todo aquello
que pudiera hacerle falta en cualquier momento de su vida.
–No sé cómo puedes llevar bolsos tan grandes si luego
no encuentras nada, parece la chistera de un mago.
–Y saldrá de aquí un conejo que te va a llevar al país
de las maravillas como no dejes de fastidiarme –ambos se
reían por la razón que tenía Carlos.
Allí, helada y en busca de los guantes, la electricidad se
volvió a apoderar de ella. Alzó la vista y quedó petrificada,
estática. El corazón le latía de manera feroz. Sintió la garganta
seca nuevamente, le dolía al tragar su propia saliva.
Ivanov hablaba tranquilamente con Kenneth, un canadiense
de treinta y cinco años muy bien llevados, que llevaba
media vida viviendo en España. Cuando estaban juntos
hablaban en inglés, a ambos se les hacía extraño hablar en
castellano.
Oyó el castañeo de dientes de una mujer y se giró diciéndole
a su amigo–: Las mujeres españolas no sobreviviríanen Rusia
 ni medio segundo -. Pero la sonrisa se le borró
al verla allí, muerta de frío. Tuvo ganas de correr a pegarle
a su acompañante, ¡cómo podía ser tan poco caballero y
permitir que se helara!
– ¡Está buena, eeeh! –era una afirmación clara, y por
algún motivo extraño a Ivanov le molestó no ser el único
en haberse fijado en ella.
Con pasos decididos se acercó a la muchacha.
–Take –le dijo tendiéndole sus calentitos guantes.
–Oh, thank you! I have some, somewhere –respondió ella con
su escaso nivel de inglés.
Carlos le propinó tal codazo que Sol se giró para dedicarle
una de esas miraditas suyas, ¿a qué venía aquello?
–Well, thanks. I promise to return.
–Regalo de la casa –dijo en un castellano al que Sol llamaba
típico cagastellano de guiri.
Y sin más, cada uno siguió su camino. Él a hablar con su
amigo y ella con el suyo, aunque ninguno de los dos pudo
centrarse en sus interlocutores.
– ¡Por fin unos días de vacaciones!, que ganas tengo –
gritó Quim, el profesor de gimnasia.
–Sí, la verdad es que estoy deseando tener un poco de
paz –apostilló Sol.
Quim era rubio, de ojos marrón chocolate y con una
tableta también de chocolate, con la que bien se podía fregar
la ropa a mano. Un chico dulce que las volvía loquitas a
todas. Antes de terminar la carrera, Sol y Quim estuvieron
saliendo, pero la cosa no cuajó; él quería ir demasiado en
serio y ella… ella quería divertirse y no enfrascarse en una
relación, en una persona. Pero eso no quitó que siguieran
siendo amigos e incluso confidentes.
Quim era el único que sabía lo de aquel ángel pálido,
como lo habían apodado, a falta de saber su nombre, y es
que Sol iba una vez a la semana al circo para poder disfrutar
de él los escasos minutos que duraba su actuación.
Era consciente de lo absurdo que resultaba, pero que más
daba, nadie, salvo Quim, era conocedor de semejante idiotez.
Sol se sentía avergonzada, pero no podía evitarlo.
–Si Carlos se entera no parará de meterse conmigo –le
había dicho a modo de súplica a Quim. Y a él no le hizo
falta más para guardarle el secreto.
Su primer día de vacaciones amaneció con un sol extraordinario
y decidió aprovecharlo al máximo. Cogió sus
rollers, un libro, agua, cargó la mochila a sus hombros y se
fue patinando al ritmo de la música de Adele.
–Cómo se nota que está lindo el día –dijo seguido de
una blasfemia al comprobar que no había ni una mesita
libre. Pero no iba a permitir que semejante nimiedad le
arruinara su pacífico día.
Vio un espacio en el césped, junto al lago de los patos, y
allí se sentó. Sacó su libro de Megan Maxwell y se dispuso
a pasar un rato de relax y muchas risas. No había nada que
la relajara más que leer.
Tan enfrascada estaba en la lectura que no se percató de
que un par de ojos la miraban embelesados.
Alejó sus ojos del libro para descansar la vista y disfrutar
del paisaje. Adoraba ese parque. Se quedó embobada
mirando los patos, arrugando el entrecejo para que el Sol
no la cegara tanto.
Los ojos grises que la miraban a prudente distancia no
se perdían detalle.
–Un bonito perfil –le dijo en ruso Anielka.
Ivanov se giró, asombrado de la perspicacia de su hermana
mayor, no se le escapaba una.
–La veo todos los miércoles en el circo –Ivanov abrió
los ojos como plato–. No te hagas el tonto, sé que la has
visto y fíjate que nunca se queda al final, raro ¿no? –preguntó
suspicaz.
–Será que le ha gustado el espectáculo –respondió con
sequedad y se volvió a observar a la preciosa chica que
miraba los patos como si jamás hubiese visto uno.
Le maravilló la manera en la que parecía gozar del inusual
día y, sin duda, llamó su atención la felicidad que
desprendía mientras leía. Cualquiera diría que estaba loca,
pero a él le despertaba curiosidad.
Anielka se levantó con tanta decisión que Ivanov tembló.
La vio acercarse a la joven y charlar de manera animada.
Su hermana hablaba muy bien el castellano. Se había
esforzado por aprender el idioma del país que visitaban
cada año desde que era una niña. Su hermano apenas llevaba
cinco años en aquel circo y le costaba mucho dejar su
querido Moscú.
–Hola, me llamo Anielka – le extendió la mano a la
chica que la miraba intentando recordarla–. Trabajo en el
WonderLand, soy una de las trapecistas.
–Oh, encantada –Sol se sintió incómoda, no entendía
por qué se acercaba a hablar con ella, ni siquiera la recordaba
del circo pero que trabajara allí era un problema, ya
que podría descubrir su secreto.
–Te veo todas las semanas en el circo –y al ver lo acalorada
que se ponía la muchacha añadió–. No eres una chica
que pase desapercibida… para muchos de mi familia.
Sol sentía que se asfixiaba. Durante esas semanas intentaba
pasar inadvertida y, pese a las sonrisas de la muchacha
de la cafetería, nunca imaginó que alguien pudiera acordarse
de ella. ¡Menuda vergüenza! Estaba rogando a Dios, y
a todos los santos habidos y por haber, que se abriera una
enorme brecha en el suelo y se la tragara. Le daba igual
donde se la llevara, pero que fuera muy lejos de allí.
Pero cuando reaccionó era tarde, demasiado tarde.
No sabía en qué momento había aceptado la mano de
aquella extraña y habían caminado juntas hasta el grupo
que hacía piruetas. Ahora sí que estaba perdida, no sabía
dónde meterse y Dios y los santos no parecían hacer demasiado
caso a sus plegarias. Incluso juró ir a misa si la
tierra la tragaba, pero nada; es que además hubiese sido
difícil para cualquiera creerse tal juramento departe de semejante
agnóstica.
Decenas de manos se acercaban a estrechar la suya y algunas
bocas se atrevían a darle dos besos. Escuchó como
la saludaban en ruso, checo, francés, español, croata, inglés
y algún que otro idioma que no tenía ni idea de cuál era.
Pudo notar como aquellos ojos le desnudaban el alma.
Se sintió pequeña y desvalida, como si cada uno de sus
sentimientos y pensamientos estuvieran ahora al descubierto.
–Ivan, acércate, no seas descortés –Sol sintió escalofríos,
al fin conocía el nombre de su ángel pálido–. Ivanov
es mi hermano pequeño, pero llámale Ivan, detesta que le
digan su nombre completo.
–Hola –su voz sonó ronca, demasiado para su gusto.
–Ho… ho-la –susurró ella, sintiéndose la mujer más
imbécil del mundo.
–Le estoy dando clases de español desde que empezó a
viajar con nosotros, pero le cuesta mucho dejar su lengua.
Intenta hablar siempre en ruso o en inglés. -¿Por qué carajo
esta chica le contaba esas cosas?
– ¿Tú a qué te dedicas? –Le preguntó obviando la cara
de póker de Sol.
–Eeeemm… soy maestra. De niños. Maestra de primaria
– ¡pero cómo podía estar hablando así!, casi parecía
que era la primera vez en su vida que hablaba con un ser
humano.
–Mi hermano tiene mucha curiosidad por saber que estabas
leyendo –si su hermano entendiera el sentido de sus
palabras, la mataría, pero tardarían varios segundos hasta
que se lo tradujeran y reaccionara. Rió para sí.
–Pues estoy leyendo un libro –se exasperó ella misma
por la absurda respuesta–. Es de la autora Megan Maxwell.
– ¿Americana? –preguntó con mucha curiosidad.
–No, es española. Escribe romántica chic-lit; dudo que
a tu hermano le pueda interesar.
–Te sorprenderían los peculiares gustos de mi hermano.
No, no es gay –Sol respiró aliviada e Ivanov se despanzurró
de risa, eso sí lo entendió.Ivanka se unió a la conversación,
por lo que Anielka debía
traducirle casi todo, dado el pobre inglés de Sol. Ivanka
era rusa también, de Novosibirsk y hablaba exclusivamente
en su idioma, a diferencia de Ivan, ella no se molestaba
en hablar ni siquiera en inglés, mucho menos en aprender
español.
Sol notaba los ojos de él en su nuca, se encontraba nerviosa,
impaciente. Ivanov no se acercaba y lo del idioma
dificultaba aún más la tarea qué iba a decirle ella? ¿How
old are you? Era lo único que recordaba, menos mal que lo
pronunciaba bien.
Ivanov se esforzaba por no mirarla o, al menos, porque
no pareciera tan obvio, pero ya a esas alturas le daba
igual. La actitud de su hermana lo había delatado, ella era
muy extrovertida, demasiado en ocasiones, como lo estaba
siendo ahora. Casi todos sabían que aquella chica iba a
menudo al circo y se habían percatado de que, cuando él
salía y estaba ella, se ponía nervioso, cosa rara en el imperturbable
ruso.
–Bueno, ha sido un placer conocerlos, pero tengo que
irme –mintió Sol.
– ¿Vendrás esta noche? –preguntó así, sin más, a boca
jarro. Lo dijo en inglés, para que su hermano pudiera entenderlo.
–No… –la palabra le sonó demasiado fría a él, que estúpidamente
esperaba un sí de aquellos labios.
Sol intentó pensar por qué cambió de parecer. Hasta
que aquellas dos letras salieron de sus cuerdas vocales, ella
pensaba asistir al circo, pero la pregunta la tomó por sorpresa
y le disgustó que creyeran que no tenía nada mejor
que hacer que ir a ver el espectáculo.
–Es que mañana me voy a esquiar y aún no tengo las
maletas hechas.
– Qué pena. Me hubiese gustado volver a verte –le dijo
una voz masculina muy cerca de su oído y en un perfecto
español. Era Kenneth. Sol se ruborizó hasta cotas inimaginables
e Ivanov también, aunque por causas muy distintas.
–Cuando vuelvas pregunta por mí, Sol– Anielka la llamó
como si fuese una vieja amiga–, te guardaré un sitio
especial.
–Claro, gracias Anielka.
Sol se sentó en el suelo y, ante la atenta mirada de Ivanov,
se quitó las deportivas, las metió en la mochila y se
puso nuevamente los rollers.
–Fue un placer conoceros –y se fue patinando con una
velocidad que la asombró, como se le cruzara alguien iba a
terminar estampada contra el suelo.
Llegó a casa jadeando, parecía que la iba persiguiendo el
demonio. Tenía la lengua afuera como un perro en pleno
verano.
Tiró sus cosas y marcó el número de Quim.
–No sabes lo qué me acaba de pasar… -no dijo ni hola,
tampoco esperó respuesta. Se puso a relatar con pelos y
señales lo sucedido esa tarde; hablaba de manera atropellada,
suspiraba y dejaba silencios de suspenso.
– ¿Qué piensas a hacer?
– ¡Y yo que sé Quim! Por lo pronto, hoy ni loca aparezco
por el circo. Mañana me voy a esquiar y luego ya veremos,
con un poco de suerte acabo enterrada en un alud de
nieve artificial o me golpeo yo misma con los esquís jajaja.
–Estás loca, muy loca, amiga.
– ¡Vaya novedad! -Suspiró–. A las cinco estoy en tu casa.
Te dejo, así preparo la bolsa. Hasta dentro de unas horas,
pedorro.
Cayó como un tronco. Ella pensaba que se iba a pasar
la noche en vela pensando en aquella tarde, pero nada más
lejos de la realidad, aunque el sueño que tuvo fue intenso
y se despertó de tal manera que creía haberse hecho pis
encima. Sin duda, estaba como un cencerro.
Pasaron exactamente diez días hasta que regresó al circo,
hasta que volvió a verlo. Durante ese tiempo se prometió no ir;
 no era propio de ella comportarse como una
adolescente hormonada. Sol era comedida en cada uno
de sus actos hacía cualquier hombre que le atrajera, detestaba
ir implorando atención o que un tío notara que
ella suspiraba por él; por un momento pensó que por no
entender el idioma no entendería los suspiros, hasta que
se dio cuenta de que estos son iguales en todo el mundo y
decidió dejar pasar unos días.
Acudió al circo con calma, hasta que llegó a la puerta y
lo vio.
Llevaba un precioso esmoquin o, como ella lo llamaba,
un traje de pingüino. Estaba arrebatador con el pelo engominado
y su sonrisa. ¡Dios, qué sonrisa! Más que un ángel
aquél chico era el mismísimo cielo.
Adebayo, el patinador negro, la tomó de la mano y la
llevó al sitio más privilegiado de todos, entre bambalinas.
Cada uno de los integrantes de aquella enorme familia se
acercó a saludarla.
– Estoy muy enfadada contigo –la regañó Anielka con
el ceño muy fruncido–. No me mires con esa cara, has
tardado demasiado en volver y tengo algo especial para ti.
– ¿Lo… siento? –consiguió decir sin mucho convencimiento
y completamente avergonzada.
Anielka no tenía más que a su familia circense. Por eso
cuando alguien de fuera mostraba interés, ella lo recibía
con los brazos abiertos. Y aquella mujer le gustaba mucho.
Era simpática, extrovertida y guapa.
Le presentaron a muchos más artistas, aquellos a los que
la tarde del parque no pudo conocer. Anielka tiraba de ella
con la fuerza de un huracán, al parecer no existía persona,
al menos en su sano juicio, que le negara algo.
–Ivan, la dejo contigo. Yo voy a terminar de arreglarme
–y se marchó dejándola ahí, abandonada a su suerte con
su ángel, al que no entendía ni papa, pero ángel al fin y al
cabo.
A ver qué hacía ahora; su inglés era demasiado precario,
él no hablaba castellano y…
Al parecer, Ivan había encontrado una manera de expresarse
sin utilizar idioma alguno y desde luego era un
experto en esa lengua.
El beso la cogió totalmente desprevenida. Al principio
se quedó sin moverse, temerosa y sin entender lo que estaba
pasando; pero pasado ese pequeño lapsus, abrió su
boca, dejándole vía libre a aquella nueva lengua que Ivanov
estaba dispuesto a enseñarle.
Se abandonó a esos brazos fuertes que la tomaban por
la cintura, a esos grises ojos que la traspasaban, a esas sedosas
manos que acariciaban su nuca. Se abandonó a lo
que ella sentía y a ese calor abrasador que se estaba apoderando
de ella. ¿Era real? Sí, como el aire que intentaba
entrar por sus pulmones en el escueto espacio que esos
labios permitían.
Una mano sobre el pecho de Ivanov lo apartó abruptamente.
Su mirada felina se clavó en esos labios que acababa
de poseer sin permiso y luego en un par de esmeraldas
que lo miraban pidiendo respuestas.
–Me gustas –soltó sin mediar más palabra, encogiéndose
de hombros.
La cara de Sol era todo un poema. Estaba excitada, peleando
contra si misma por sosegarse y recuperar el ritmo
habitual de su respiración. Pero lo que su rostro trasmitía
era la total y completa falta de comprensión a lo que acababa
de pasar ante ella… con ella.
Se dijo que era inútil decirle algo, así fuera un improperio
o un halago, él no iba a entenderla, así que su opción
más factible era la retirada o más bien, la cobarde huida.
Estaba maquinando como salir corriendo de allí sin que
nadie se enterara, cuando otra vez esas manos, esas suaves
manos, la sujetaron por la muñeca.
–No te vayas –no si ahora encima resultaba ser vidente,
¡joder! –. Me gustas mucho y a falta de palabras…
– ¿Te planto un beso? –dijo intentando zafarse. Estaba
enfadada y no sabía por qué–. No sé en tu país como se
las ingenian para hablar los sordo-mudos, pero en el mío,
la gente no va por ahí plantando besos a medio mundo
como si dijeran hola.
Ivanov la miraba con ojos de cordero degollado, no entendía
lo que le estaba diciendo con palabras, pero si con
gestos y, al parecer, estaba molesta. La cara de su hermana
Anielka y el “le gustas” con el que lo convenció para lanzarse
a Sol le vino a la mente y tuvo unas ganas locas de matar
a su hermana de manera muy lenta.
–Lo siento –y se fue en busca de su hermana, dejando
allí plantada a la chica a la que acababa de besar.
Allí estaba, tan serena maquillando sus bonitos ojos
azules, cuando su querido hermano entró hecho una furia.
Anielka lo adoraba con locura, era su debilidad. siempre
intentaba complacerlo, ayudarlo y estar cuando la necesitaba.
Desde que Ivan decidió dejar Moscú para embarcarse
junto a ella en la aventura circense, su hermandad
aumentó y se convirtieron en amigos y aliados. Ani era
pura dulzura, extrovertida y muy dada con todo el mundo,
eran polos opuestos y por eso, a veces, tenían sus roces.
–Me has dicho que le gustaba, que la besara y solo le ha
faltado pegarme. No he entendido ni una palabra de lo
que me ha dicho, pero está enfadada. Creerá que soy un
pervertido.
– ¿La has besado? –preguntó aplaudiendo.
–Búscala y soluciónalo. Tú me has metido en esto y
ahora tú me sacas, ¡quien me manda a hacerte caso!
Todos oyeron los gritos de Ivan, pero nadie entendía,
salvo Ivanka, que fue en busca de Sol.
La pobre echaba humo como una locomotora. Ivanka
la cogió del brazo con fuerza, la arrastró por medio circo
hasta dejarla frente a los dos hermanos que seguían vociferando
como leones.
–Aquí la tienen. Tú, Anielka, traduce lo que tu hermano
quiera decirle y tú, Ivanov, no le eches toda la culpa a tu
hermana que bien que te ha gustado besarla. Ahora dejen
de gritar que no hace falta que toda la ciudad se entere –se
fue muerta de la risa al pensar en las caras de los tres, sobre
todo, la de la pobre española que no entendía nada.
–Mi hermano lo siente mucho.
–Eso ya me lo ha dicho. Pero me ha besado Anielka,
BE-SA-DO. ¿Cómo se le ocurre besarme? Al menos me
podría haber dicho hola primero, no sé.
– ¿Te gusta? –el silencio fue la respuesta–. ¿Te ha gustado
el beso? –la cara roja de Sol fue la respuesta– ¿Cuál es
el problema entonces?
– ¿Qué cuál es el problema? Si en Rusia acostumbran
a besarse entre los desconocidos me parece genial, pero
aquí estas cosas no pasan.
–Ivan, yo me encargo de solucionarlo –este se fue, dedicándole
una mirada conciliadora a Sol y una dulce caricia
en el brazo.
–Mira Anielka, imagino que es obvio que tu hermano
me gusta y que habrá dado que hablar que viniera cada
semana; pero si he intentado pasar desapercibida es por
algo. Yo…
–Te gusta, tú le gustas. Él está esforzándose por aprender
tu idioma para que os podáis entender. No entiendo
cuál es el problema.
– ¿Problema? Te los voy enumerando: no nos entendemos,
apenas hemos cruzado dos palabras. No sé si está
casado, soltero o viudo.
–Sol –la reprimió en tono maternal.
–Ivanov me dejó embelesada desde el primer día y por
eso no debe volver a besarme. Si es necesario diré que
tengo alguna enfermedad que se trasmite con la mirada y
no volveré a…
–Tú misma –dicho eso, la rusa cruzó la puerta y la dejó
sola como a una loca.
No pensaba huir como una cobarde, así que decidió que
lo mejor era sentarse a disfrutar del espectáculo. Maldijo la
hora en la que llevó a sus alumnos a aquel circo. ¿Cómo
podía gustarle un tipo del que no sabía nada? Bueno, sabía
que besaba como un perverso ángel creado para dar placer
¡Cómo besaba! Apenas hizo caso, ni siquiera cuando salió Ivanov consiguió
acaparar su atención. Estaba descentrada por completo,
y él también.
Su hermana no cesaba en su faceta de Cupido y se pasó
las dos horas pidiendo que hablara con ella.
–Entiende inglés aunque no lo habla mucho. No seas
tonto –pero él decidió no hacerle caso, Sol le gustaba mucho
y ya se había embarrado lo suficiente como para saber
que ella no sentía lo mismo; aunque su forma de devolverle
el beso le dijera lo contrario, los hechos siguientes,
hablaban por sí solos.
Anielka estuvo un largo rato buscando a su nueva amiga,
pero no consiguió dar con ella, al menos hasta que
llegó a su caravana y vio la nota que colgada del espejo.
Siento mucho mi comportamiento, supongo que he sido infantil,
torpe y que si le gustaba un poco a tu hermano ahora me va a tener
fobia; seré una de esas enfermedades raras. Dile que su beso me encantó,
que él me encanta y que tú me encantas; has entrado como un
tornado a mi vida medianamente apacible y tu hermano, “el ángel
pálido”… te dejo mi teléfono, llámame cuando quieras y… dile a tu
hermano que lo siento mucho… y que si aún quiere, podemos hablar;
esta semana haré un intensivo de inglés.
Xoxo, Sol





1 comentario:

  1. Nooooo, por diosss, quiero saber mas, quiero mi librooooo cuento los dias que faltan.
    Con mucho cariño Lily Le Von

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